Más de la mitad de los jóvenes canarios está en paro y el panorama para los que buscan trabajo es desalentador. Algunos ya han decidido emigrar, otros han tenido que volver al hogar paterno para sobrevivir; pero también hay quienes no tiran la toalla y quieren intentar el autoempleo. Es el caso de Ángel Domínguez, de 33 años, pastor de ovejas; y Cristian Gil, de 25 años, apicultor, ambos en paro y residentes en La Esperanza (municipio de El Rosario), y a quienes une una aspiración común: salir de la cola del paro y poder vivir del sector primario.
Admiten que no les va a resultar fácil, pero no tienen nada que perder y van a luchar. “Yo no quiero enriquecerme, solo tener un sueldo para sobrevivir, y con cien ovejas puedo lograrlo, incluso sin subvenciones públicas, como hacen muchos”, afirma Ángel, cuya esposa, María Guacimara Pérez, de 30 años, también comparte el gusto por el oficio. Para esta joven pareja, la actividad ganadera no es nueva. Él ya pastoreaba cabras desde chico, con apenas 12 años, cuando dejó los estudios, y ella lleva el oficio en las venas, pues sus padres se dedican al sector.
Ángel, que ha trabajado en la construcción, está convencido de que “ya no volverán los tiempos en que un albañil ganaba 12.000 euros la mes”. Pertenece a la Asociación de Ganaderos de Tenerife y reconoce que siempre le han gustado los animales y arar la tierra. De hecho, se compró un tractor y arrienda fincas en las que siembra avena y millo que luego le sirven para alimentar las ovejas, además de los pastos. “Las pastoreo por las carreteras; la gente les saca fotos, y es que los niños de hoy no saben bien lo que es una oveja o una cabra”, comenta, orgulloso de su cultura campesina, en su casa de El Roquillo, mientras oye el golpeteo de la lluvia sobre las planchas de su terraza y en las hojas de los castañeros, como un repicar de campanas de fiesta tras la peor sequía en 70 años.
Ángel asegura que en la isla ya hay pocos pastores. “Solo queda uno en Llano del Moro, con 80 ovejas; otro en Las Barreras, con 60, y otro en La Laguna, con 30, y dicen que en el Sur hay uno con una manada de 300, pero es un oficio que se está perdiendo”. Este ganadero vende la leche y hace queso para autoconsumo, mientras que la lana no tiene quién se la compre, y a veces hasta la ha tenido que tirar.
Cristian también se quedó en paro hace dos años. Estudió un módulo de electricidad pero se dedicaba a dar clases de folclore musical canario en asociaciones de vecinos hasta que sus alumnos, por la crisis, ya no tenían para pagarle. Ahora, siguiendo las enseñanzas de su padre, que también fue apicultor, confía en las abejas su futuro. “Le he cogido cariño al oficio, y si la economía sigue así, me gustaría vivir de esto, aunque son muy pocos los que lo logran”, señala este joven esperancero.
Ha cambiado como instrumentos cotidianos la guitarra, el timple y la bandurria por los panales en la finca familiar, ubicada junto a Montaña Carbonero, un antiguo cono volcánico, símbolo de la agricultura ecológica, que es hogar de una rica y variada vegetación (tedera, relinchón, sonaja, eucalipto, brezo…) cuyo polen le da a su producción “una consistencia y un sabor especiales”. El fruto de su trabajo lo vende además con la garantía de los análisis de la Casa de la Miel, creada por el Cabildo tinerfeño, que aseguran su calidad.
Él, como Ángel, como María, y como otros jóvenes del campo, no pierden La Esperanza, que para ellos vuelve a estar verde.
Ángel Domínguez lo tiene claro: “Quiero traer un sueldo a casa con la ganadería” . Este joven de 33 años, que usa aún la tradicional manta esperancera porque es “la mejor prenda para el frío y la lluvia”, recuerda que cuando trabajaba en la construcción sus amigos le preguntaban por qué seguía criando cabras. “Les daba hasta mal olor, pero van cambiando, y algunos vuelven a criar animales, para tener al menos la leche de los chiquillos”, confiesa. Junto a su casa en El Roquillo enseña a DIARIO DE AVISOS, orgulloso, sus 30 ovejas, que le siguen como a un líder. “Distingo cuál es cada una; ellas son mi futuro”, concluye. Cristian Gil reconoce que sus amigos en paro le envidian porque, al menos, tiene algo con que obtener unos ingresos. En El Rosario no llega a la veintena el número de apicultores y es muy difícil vivir exclusivamente de este oficio. “Necesitaría 300 colmenas para dedicarme solo a esto, pero no me doy por vencido; aún estoy lejos de esa cantidad, pero le he cogido cariño a la apicultura y cada vez me gusta más”, afirma, mientras cuece los panales en una olla de acero para limpiarlos de cera. Su explotación ganadera está dada de alta y pertenece a la Asociación de Apicultores del Norte de Tenerife, integrada, a su vez, en la insular, Apiten. La producción se vende bien, pues, de hecho, la miel del país solo cubre un 30% de la demanda.
La ventaja de su miel, explica, es que sigue un proceso artesanal, sin perder propiedades al no haber cocción, pues se separa de la cera con una centrifugadora. Subraya Cristian también el importante papel de las abejas en la polinización. Rodeado de sus queridos insectos, muestra con orgullo a este diario sus colmenas y esgrime una reflexión final: “Ojalá nuestra sociedad estuviera tan bien organizada como estas abejas”.