Tal grado de dependencia del exterior representa un peligroso nivel de vulnerabilidad y, según el consejero insular de Agricultura, Ganadería y Pesca del Cabildo, José Joaquín Bethencourt, un riesgo que califica de «suicida», porque a esta situación de fragilidad se suma, en paralelo, el abandono progresivo de tierras agrícolas.
El dato es alarmante: Canarias importa el 92% de los alimentos de consumo básico que la población del Archipiélago requiere para su subsistencia diaria.
Tal grado de dependencia del exterior representa, en sí mismo, un peligroso nivel de vulnerabilidad y, a juicio del consejero insular de Agricultura, Ganadería y Pesca del Cabildo, José Joaquín Bethencourt, también supone un riesgo que no duda en calificar de «suicida», porque a esta evidente situación de fragilidad se suma, en paralelo, el hecho del abandono progresivo de las tierras dedicadas a las labores agrícolas en Tenerife.
El Colegio de Geógrafos de Canarias advierte, por ejemplo, de que no es posible utilizar para las Islas el concepto de sostenibilidad, tal y como repite de forma contumaz la clase política, con estos registros de dependencia alimentaria, que equiparan al Archipiélago con los países considerados subdesarrollados.
En este escenario hay voces que ya se plantean, y no parece una historia producto de una desbordante e imaginativa ficción, sino más bien consecuencia de una inquietante realidad, cuánto tiempo (medido en días) podría soportar la despensa de las Islas ante una situación de desabastecimiento, como causa de catástrofes naturales o bien de cualquier otra circunstancia que derivase en el bloqueo de las rutas de comunicación y abastecimiento.
Y es que existen razones objetivas que ayudan a dibujar un panorama conmovedor, como la lejanía y la fragmentación inherentes a la condición de insularidad; la cautividad del Archipiélago respecto a los flujos comerciales, tanto marítimos como aéreos, y la supeditación de este tipo de transporte a los combustibles fósiles.
Lo que no parece admisible es que Canarias haya alcanzado tal nivel de dependencia alimentaria, más acusada aún en una coyuntura de profunda crisis, y si bien es cierto que alcanzar unos niveles de autoabastecimiento total no es posible, desde distintas instancias se apuesta por un cambio progresivo de modelo productivo y, por supuesto, de mentalidad, como ha puesto de manifiesto el consejero insular José Joaquín Bethencourt con su fórmula de la compra cien por cien canaria, adquiriendo una cesta con artículos locales en distintos mercados.
La soberanía alimentaria
En este sentido, la soberanía alimentaria es una propuesta que se viene aplicando en diferentes puntos del planeta y que pretende cambiar la situación planteando recuperar algo tan elemental como una agricultura campesina y agroecológica, que dé prioridad a la producción para las poblaciones locales, por contraposición con las que se dirigen exclusivamente a la generación de beneficios y a merced de las multinacionales agroalimentarias.
Y es que cambiar esta situación parece urgente, tanto para reactivar un sector económico clave y estratégico en un momento de crisis, como para generar las bases de una economía productiva, necesaria y además sostenible, que despeje riesgos evitables para el futuro del Archipiélago.
Algunas propuestas se centran en impulsar los mercadillos locales; incorporar a los jóvenes a la agricultura de pequeña escala, superando el atavismo del sector como práctica de segundo orden, propia de una población envejecida y subsidiada; poner freno a la expansión de las grandes superficies, campañas de educación para el consumo de alimentos de temporada y de producciones locales; eliminar el dumping (competencia desleal al introducirse una empresa en un mercado internacional fijando un precio de venta inferior al coste incurrido) de productos de importación, etcétera.